15/08/201705:00:03

¿Se acabó el encanto?

Alberto Aziz Nassif Alberto Aziz

Alberto Aziz

15/08/201705:00:03

La XXII Asamblea Nacional de PRI no pudo ocultar el grave problema que padece ese partido: se acabó el encanto, se le agotaron las historias y no encuentra una narrativa para legitimarse.
Buena parte de la atención mediática se concentró en el cambio de estatutos y, sobre todo, en la eliminación de los candados para nombrar candidatos a la presidencia. El presidente tiene la cancha libre, lástima que los posibles candidatos no tengan el empuje para sacar al partido de la inercia decadente en la que se ha instalado. La eliminación de los candados nunca fue en realidad un problema. Para el PRI la voluntad del presidente es la ley y así, como en la pasada asamblea cambiaron su programa para hacer la reforma energética y abrirle paso a la inversión privada, nacional y extranjera en Pemex, ahora le quitaron a Peña Nieto los obstáculos para ampliarle la baraja de posibles candidatos rumbo al 2018. Las 5 pistas del circo priístas, (estatutos, principios, plan de acción, ética y rendición de cuentas y visión de futuro) mostraron una narrativa agotada, no porque no hubiera ideas en sus documentos, sino porque la realidad del país y los resultados de sus gobiernos están tan alejados de sus discursos, que han perdido mucha credibilidad.
El PRI gesticula para mostrar que ha recibido el mensaje de repudio social que reprueba al gobierno de Peña Nieto y pierde elecciones. Se atrevieron a hacer una mesa sobre ética y rendición de cuentas. Parece una mala broma, pero es cierto. En los reflejos de un partido que nació en el poder y lo ha conservado con la excepción de dos sexenios, está la capacidad para montarse en los discursos de moda y darles vuelta a sus peores errores. Así funcionó el péndulo entre sexenios que dominó al país la mayor parte del Siglo XX. Pero, algo importante ha empezado a cambiar: se agotó la credibilidad en el PRI, lo cual no quiere decir que haya mucha en los otros partidos, pero en el actual aparato gobernante es más contundente.
¿Le alcanza al PRI el discurso de la ética y la rendición de cuentas cuando el mismo Peña Nieto salió con su Casa Blanca y Videgaray salió con su casa de Malinalco? ¿Cómo lavarse la cara cuando un nutrido grupo de los ex gobernadores del nuevo PRI, los socios que apoyaron la campaña de Peña y las campañas del partido, se encuentran detenidos, camino a la cárcel o prófugos de la justicia? ¿De qué ética hablamos? ¿Se legitima el PRI cuando vuelve a plantear su programa con las mismas tesis de actual gobierno de Peña Nieto, cuyas reformas han sido una simulación de cambio? El agotamiento de la credibilidad lleva a considerar dos posibilidades: o el PRI miente, que es la más creíble, o el PRI fracasó, que es una consecuencia de lo anterior. Sin embargo, en la era de la posverdad, el partido mantiene su discurso de “gobernabilidad democrática”, “educación de calidad”, un “México sin pobreza”, y “seguridad pública eficaz”. Pero es el promotor número uno de la captura de los organismos autónomos que tutelan derechos democráticos; junto con el panismo, lleva más de 25 años administrado la pobreza; hoy la inseguridad y la violencia están al tope y el gobierno está rebasado por el crimen organizado.
Para el PRI su idea de futuro son las prácticas del pasado, volver a las elecciones de Estado, cuando era el partido dominante. Eso es lo que hizo recientemente en el Estado de México. Sin embargo, con los recursos federales y estatales que movieron deberían haber arrasado, pero apenas ganaron, con trampa, compra de votos y una alianza de varios partidos. Ese podría ser el futuro del PRI en 2018. Con la diferencia de que el país no es igual al Estado de México. Con sólo 14 gubernaturas y el 31% de los ayuntamientos, con 8 gobernadores procesados por corrupción (Revista R, 6/VIII/2017), con un presidente que está por debajo del 20% de aprobación y con enormes inercias de las que no puede salir, el PRI se ha convertido en el símbolo de la corrupción, como lo muestra el reciente caso de Emilio Lozoya y Odebrecht, muy cercano a Peña Nieto. Por lo tanto, al tricolor le quedan dos opciones, jugar limpio, lo cual es imposible o hacer lo que sabe, jugar al viejo partido dominante y convertir la sucesión presidencial en una elección de Estado. Una apuesta peligrosa…