07/08/201705:00:25

Parecer y ser

Heberto Taracena Desde acá

Desde acá

07/08/201705:00:25

Las apariencias traicionan. Memoria anónima. Fue la divisa “guarda casa” que nos hizo crecer en la advertencia de “a ti te lo digo puerta”, pues nada hubo peor que confundir cara y máscara: el ser con el parecer. De modo que, incluso no escrita, la norma de familia fue aprendida y acatada sin chistar. Al paso de días, meses, años, con sus pros y contras, acaso la razonamos e hicimos propia, según inevitables circunstancias, llevándola dignamente al vecindario y más allá de las goteras de la vida.
Las apariencias engañan, una y mil desde que Dios clarea. Muchas veces pasó como de no tomarla en cuenta, en la tentación natural por hacer lo que a cada cual le viene guango, o no.
Pero padre, madre, abuelos, no dieron su brazo a torcer en el decir y obrar. Cada uno aprendió el mandamiento práctico de sus ascendientes, a veces a cuerpo vivo, otras con ilustraciones de cuentos reales como interminables pero enternecedores.
El caso es que la gran familia no se dio por vencida. Por ello mismo, mencionar la cuna como ejemplo contó con el respaldo de hechos verídicos. Una de dos: o la bebes o la derramas.
Aquellos Señores eran mayúsculos. Combinaban las palabras hasta el límite de sentir haberlas compartido con los elementos de ese mundo. Las usaban pero no en plan de gastarlas por quítame allá estas pajas.
Cuando empezaban a notar que a sus receptores entraba el consejo por un oído y salía por otro, sin demora ni turnando el deber –nada qué ver con que cuando llegue tu papá…o tu mamá- , de inmediato, dale que dale, ¡penas ejemplares!
Venía el castigo. Se ejecutaba. Saben y recuerdan los propios oídos y las asentaderas que parecen haber sido cómplices en eso de no vi nada.
Viene un caso que pude presenciar y he platicado mil veces con permiso de la emoción…a la medida de parecer y ser…
Se trata de que…al niño pareciera cosa chusca eso de aparentarse muy hombrecito –los niños juegan a parecer hombres y las niñas a mujeres, pero ninguno juega a parecer viejito-; y si, le parecía que fumar era asumir toda la fachada de hombre hecho y derecho. No acomodaba el sueño por imaginar en la oscuridad cómo su padre iba de un cigarro a otro…prendido con el anterior. La imaginación infantil, emigrante, no tiene fronteras. Por cada meneo de la hamaca, el cigarro reprendía en la punta una lucecita provocativa. Su padre fumaba Alas Extra y era cosa de verlo en la hamaca -el niño cercano en la cama de hilos y petate- mecerse y mecerse a ciertas horas de la noche, las ocho o las nueve, en que no había luz eléctrica y ya el lujoso quinqué apagado. Por cada cigarro entre índice y pulgar y la comisura de los labios absorbentes, caía una colilla al suelo. Habrán quedado tres o cuatro, dispersas, con la ventaja de que el padre no echaba escupitajos espesos como otros fumadores. El niño, esa noche, al fin, concilió el sueño, dedicando sus últimos pensamientos a cada colilla, como si las hubiese contado. Muy de mañana, el padre abrió los ojos, estirando brazos y piernas por si algún calambre mañanero. Todo bien. Fue al brocal del pozo. El balde liviano, de aluminio, le permitió alcanzar agua fresca para restregarla a dos manos una y otra vez en la cara y luego enjuagarse la boca de aquella “peste” de cigarros nocturnos que a la distancia penetraba. El niño, fisgón, despertó poco después. Hizo reencuentro con la fantasía de la noche anterior, sobre todo porque debajo de la hamaca, recordaba, había cuatro colillas de cigarro. Bajó lento de la sencilla cama. Puso los pies fríos a ras del suelo terroso. Tomó a diez dedos una a una las colillas. Las introdujo en su pantaloncito corto, propio de la edad. Al chico rato, el fogón y las brazas parecieron hacerle señas hasta hacerlo caer en apuñar, furtivamente, un tizón de regular tamaño. Tizón con que fue a esconderse detrás de un grueso pilar, para introducir nervioso una colilla en sus labios. Acercó el tizón a la colilla. Sintió su calor. Prendió la colilla de cigarro y, de ahí para adelante, para bien o mal, ya no supo…Todo fue aparecer, apariencia. El mismo día su madre le hizo llegar limpio pantalón corto, a la usanza, cambiando de ropa el infante y el pantalón sucio colocado por él mismo en la ropa…sucia. La madre, diligente, hizo la tarea de preparar toda el ropaje para mandarlo lavar en casa de doña Carmela Torres Marcial. Una por una, las prensas fueron revisadas. Las bolsas hacia afuera, sin faltar detalles. Al llegar al pantaloncito del niño, sucede que la madre topa tres colillas de cigarro. Era el pantalón del niño. Nadie las había sembrado. La madre llama al pequeño. Lo interroga. El niño trata de esquivar. La madre toma una bolina de cuero duro y le pone tres buenos cuartazos, uno por cada colilla, tan rudos, tan rudos, que el niño hizo que el vecindario se enterara del caso. El envoltorio listo, pesado y voluminoso, fue llevado a cabeza del niño hasta casa de la lavandera. El niño berreando…Al paso del tiempo, la madre murió muy joven. El otrora niño, pronto joven huérfano, la dio por comprar una caja de cigarros Raleigs con boquilla y otra de cerillos Pegaso. Abrió las cajetillas. Pudo sentir el olor repugnante... Hizo memoria de la tunda recibida de su madre. Prendió un cerillo. Recordó el calor del tizón de su infancia…renunciando en ese acto, para siempre, a inhalar cigarros…
Moraleja: eso nos ha pasado, ayunos de memoria, por parecer y no ser…
Tómenla o déjenla, retahíla de aspirantes que van de acá para allá….pareciendo hoy lo que no serán mañana.
Tomen la moraleja Partidos, viejos, rancios o nuevos precoces, para no parecer ofreciendo pacotillas…y a la hora de la hora, nos salgan con su batea de baba…